
´Mi trayectoria se la debo a la Escuela Luján Pérez, fue mi primer aprendizaje´
El pintor surrealista isleño Julio Viera (Las Palmas de Gran Canaria, 1934) vuelve a sus orígenes y expone en su tierra. El Club La Provincia inauguró el miércoles pasado una exposición antológica del pintor octogenario que reside en Palma de Mallorca y lo hizo sin su presencia. “No voy a la inauguración para no eclipsar mi obra, aunque metafísicamente siempre estoy en mis islas”, explicó días antes desde su hogar mallorquín. La exposición está organizada por los amigos de Viera de la Escuela Luján Pérez, que fue la suya. Bajo la dirección de Orlando Hernández, se trata de una muestra global de toda la obra de Viera, con más de 50 cuadros a modo de ´caleidoscopio´ de uno de los últimos grandes surrealistas. Muchos de sus amigos han colaborado prestando los cuadros de su colección.
Incomprendido en sus inicios, en los finales de la década de los sesenta y principios de los setenta del pasado siglo XX, Julio Viera es considerado uno de los pilares del surrealismo isleño. El artista grancanario conmemora sus “80 primavieras y vieranos”, tal como él dice, con la exposición en su lugar de nacimiento. Este palmesano de adopción está considerado “el último surrealista daliliano”. Una buena parte de su obra se puede ver en esta retrospectiva donde hay medio centenar de lienzos y una veintena de dibujos de su época de juventud
–custodiados durante medio siglo por su hermana María del Pino en Las Palmas de Gran Canaria–, de su etapa parisina y de su largo periodo en Palma de Mallorca. El surrealismo ha dado artistas importantes en las Islas y en el caso de Julio Viera, y en opinión de Orlando Hernández, director de la Escuela Luján Pérez, el artista “plasma una irrealidad mágica y poética, en la que por medio de la representación de objetos dispares y extraños entre sí, nos sugieren un desconcierto, abierto a lo desconocido, con una capacidad visionaria mostrando su mundo onírico”. Es Julio Viera “un pintor de gran colorido y dibujo portentoso, de desbordante creatividad”, según Hernández, dotado de un sentido del humor que “recorre su vida y su obra, no solo en las pinturas, sino también en sus textos donde utiliza la sátira ajustada y siempre inteligente para reflexionar desde su cenobio metafísico”.
–Usted nació en San Cristóbal, un barrio de pescadores en Las Palmas de Gran Canaria, y lleva 43 años en el barrio marinero de Santa
Catalina, en Palma de Mallorca. ¿Cómo influye el mar en su pintura?
–Influye completamente en todas mis obras. Yo pinto el mar sin el permiso de Neptuno.
–Dos lugares unidos contra la amenaza de las prospecciones petrolíferas. ¿Qué opina de este problema?
–Es terrible. Terrible, inadmisible y cosmogónico.
–Hace años propuso hacer una manifestación por la protección del medio ambiente. Ahora hay muchas. ¿Cree que el Gobierno recapacitará?
–Yo no creo en el gobierno ni en ninguna política. Yo creo en el hombre y en la libertad.
–¿La situación del país es como sus obras, surrealista?
–Pero de un mal surrealismo. Es un mal boceto sin terminar.
–¿Monárquico o republicano?
–Juliovieraniano.
–También escribe y utiliza para ello la sátira, ¿contra qué?
–Contra todo y contra todos.
–¿Pinta su mundo onírico o su percepción del mundo?
–Es el mundo que yo quisiera dar e invito a todos a que se asomen a mis cuadros, como si fuesen una ventana abierta de par en par. Es un mundo lleno de optimismo y contra la estupidez.
–Dice que su saludable humor le ha salvado de la locura. ¿Qué le vuelve loco?
–Las tonterías desenfrenadas.
–¿Dónde está la línea que divide la cordura de la locura?
–En la pantorrilla frita al ajillo a la intemperie matutina.
–Ha dibujado a Don Quijote en numerosas ocasiones y dice de sí mismo que tiene “quijotescas locuras de genio” y “sanchopancescas ínsulas con ingenios”. ¿Así se define?
–Es una especie de autorretrato amolineado. Una cosa es Quijote y otra Sancho, uno es el idealismo y otro el materialismo, pero no hay Quijote sin Sancho como no hay Cervantes sin Avellaneda. No se quedó manco para escribir El Quijote. Por cierto, he terminado de escribir una novela llamada Europanza, el tataranieto de Don Quijote. Transcurre en cuevas.
–¿De qué trata?
–Hay que leerla, es la salvación, pero primero la tengo que pasar a limpio.
–El castillo de San Cristóbal es otra imagen recurrente en su obra. ¿Añora su barrio natal?
–Nunca se olvida la tierra donde se ha nacido, sería tonto. Canarias siempre está en mi pensamiento. El castillo es una antigua torre de defensa, aunque a los canarios nos gusta exagerar. Un duende habitaba el castillo y fue mi primer modelo. Era una bruja-duende.
–¿Volverá a su tierra?
–No pienso volver a Canarias, aunque volveré sin pensarlo.
–Es un hombre de islas. ¿Le hace sentirse aislado?
–Yo soy un islo, un archipiélago de islas en una sola persona.
–La Escuela Luján Pérez enseña a los artistas a ser libres. ¿Qué le aportó aquella formación?
–Toda mi trayectoria se la debo a esta escuela de arte, que fue mi primer aprendizaje y de la cual fui alumno aventajado. Además, sin su ayuda
no se podría realizar la exposición. Quiero agradecer la labor intensamente cultural de su director, Orlando Hernández, y la colaboración por amor al arte de Pedro Ramos Marañón, que no han recibido ninguna subvención del tacaño Cabildo.
–Después de su formación se fue a París y conoció a Dalí. ¿Fue una gran influencia en su obra?
–Cuando la gente ve un cuadro surrealista, suele tener la cultura inculta de creer que es de Dalí. Toda la obra fantástica tiene un dueño, que es el sueño.
–También conoció a Picasso.
–Es artísticamente una multitud, él solo ya es mucho. No hay otro artista tan completo en el mundo como Pablo Picasso.
–Entregó dos cuadros de Cristo al museo del Vaticano y tiene muchas obras religiosas. ¿Cree en Dios?
–Creo en mí, porque Dios me hizo a su imagen y semejanza. Por eso tengo bíblicas barbas. Mi nombre tiene diez letras, que son los diez
mandamientos del arte.
–¿Dónde le gustaría morir?
–Me gustaría morir de risa. En cualquier parte, pero sintiendo Canarias.
–¿Y por qué eligió Palma de Mallorca para residir?
–Tras diez años como residente en París, después de haber pateado Europa y parte de América para exponer mi obra, y la Península Ibérica con exposiciones itinerantes, la elegí para meditar sobre el Mediterráneo e ir a cualquier parte del mundo con las alas de la imaginación. Soy un artista que sobrevuela y sobrevive gozoso 43 años mallorquines. Y me hace pensar filosóficamente: Tengo mi caballete mal aparcado en España. Deseo que los españoles me traten como si fuera extranjero.
–¿Con esta exposición en Canarias se siente profeta en su tierra?
–Ya lo soy desde antes de nacer.
Vía La Opinión